Los hijos son como los barcos esta frase la leí esta mañana y me hizo pensar y aunque no estoy completamente de acuerdo con la línea del artículo si me ha hecho reflexionar y querer compartir con vosotros unas frases para que juntos estamos un poquito más.
Soy Antonio López y hoy quiero hablarte no tanto como terapeuta sino como hijo y como padre.
Los hijos son como los barcos, deben salir a vivir sus propias tempestades sabiendo que siempre existe un puerto al que volver ese puerto son los padres.
Esta era esa frase que escuché esta mañana, yo la continuaría diciéndote que, aunque el puerto puede estar preocupado jamás va a intentar retener a sus barcos por qué el barco cuando está en el puerto se muere, se agota su libertad y necesita salir, cuando el barco se queda amarrado en puerto sin motivo acaba odiando, acaba enfadado con el puerto, pues el barco precisa de sus aventuras precisa de esas tormentas para crecer y al igual son los hijos.
Un puerto, un lugar de origen al que volver
Da igual cuántos años tengas, da igual cuántos años tengan tus hijos o lo tengan tus padres, ese puerto siempre debe existir; es un lugar a veces real, a veces imaginario, a veces concreto o a veces abstracto; un lugar dónde los días malos tienes un abrazo que te devuelve la confianza en el mundo, un lugar donde como decía Bert Helinguer, cuando la vida te da golpes, te sientes sostenido, un lugar donde podemos seguir siendo pequeños, aunque ya seamos grandes y un lugar donde la magia siempre existe pase, lo que pase ese lugar se llama papá y mamá.
A nivel inconsciente, la ausencia o desaparición de ese lugar en nuestra vida provoca una pérdida de seguridad, provoca tal vez, incluso un rechazo, ya sea por dolor, por rabia o enfado hacia nuestras habilidades y recursos que hemos heredado o aprendido de papá y mamá. ¿Qué sería de un barco que no pudiera echar el ancla en ningún puerto? ¿qué sería de un barco que siempre tuviera que vagar, no por elección, sino por obligación? ¿qué sería de un barco sin origen?…
Posiblemente, sería un barco sin futuro, pues necesitamos un pasado para tener un futuro.
Tus hijos son tus hijos, pero no son tuyos
Dejar que nuestros hijos vuelen es una de las cosas más duras que debemos hacer como padres, aunque sabemos que es necesario, pues si esos barcos no viven sus propias aventuras jamás aprenderán, jamás lograrán ni desarrollarán las habilidades para el día que el puerto no pueda enseñarles ni estarán preparados para el día que el puerto ya no este…
Y qué va a pasar con ellos ese día, en cambio, si dejamos qué los barcos salgan explorar y a vivir sus aventuras en el momento que les toca, aún tendrán oportunidad de volver, con sus dudas, sus preguntas y sus inquietudes, aún tendrán la oportunidad de refugiarse si un iceberg se ha chocado contra ellos y el puerto seguirá siendo un lugar seguro y sano dónde consultar, resguardarse y recuperarse en cambio si impedimos su crecimiento, si impedimos que vivan esas aventuras, las seguirán viviendo pero si nuestro apoyo y sin un lugar al que volver. A veces es necesario perderse para encontrarse.
Cuando no dejamos que un hijo madure en su momento, estamos diciéndole inconscientemente que no creemos en él, que no está capacitado o capacitada, en muchas ocasiones ese hijo acabara convirtiéndose en un adulto incapaz, carente de recursos o lo que es lo mismo un inútil emocional, en cambio si confiamos y le damos la oportunidad, siempre con seguridad de medirse, con nuestro apoyo, sin nuestro miedo, de forma segura desarrollará recursos, habilidades etc. qué necesita para su vida. Luego está el otro caso dónde el hijo no se cree está opinión del padre o la madre sobre si está o no capacitado, y pese a eso se va a vivir la experiencia por su cuenta, en muchas ocasiones perdiendo en el proceso la relación con sus mayores y por lo tanto la sabiduría y el apoyo que estos podrían brindarle, a esa época donde los hijos se niegan a querer los límites impuestos por papá y mamá la llamamos adolescencia o edad del pavo. Tal vez, los pavos seamos nosotros como padres impidiendo que la naturaleza avance por miedo por nuestra propia inseguridad, por amor, sin dejar que los hijos aprendan ahora que tienen posibilidad de hacerlo.
Yo no soy el mejor padre del mundo y me queda mucho por aprender, pero en una ocasión una persona muy cercana me preguntó por qué no reñía a mi hijo, ni lo castigaba cuando me decía que había hecho algo mal, yo le contesté que para mí era más importante que me dijera que se había equivocado, que necesitaba ayuda, y que lo compartiera y aprendiera de ello, que castigarle y perder ese vínculo qué más adelante será imprescindible y ya no podré construir, ese vínculo de confianza y compartir…
Por eso os digo en mi humilde opinión: padres, soltar los amarres de los barcos de vuestros hijos, dejarles que floten, olvidar los miedos sabiendo que siempre estaréis ahí y darles esa oportunidad de crecer.
Y a los hijos os digo: no hagáis ni caso del miedo de papá, del miedo de mamá, a ese miedo se le llama amor, reconócelo, pero que no os atrape, pues ese amor es donde siempre vas a tener un refugio y no en el miedo.
No me gustaría despedirme sin deciros que estoy a vuestra disposición para cualquier consulta relacionada con la relación entre padres e hijos
Flota, vive aventuras, aprende y vuelve si hace falta llorar para el día siguiente salir a vivir una nueva aventura.
Emilio Rojo Navarro
abril 6, 2021 a 12:06 pm
Muy bueno el mensaje del barco.
Muchísimas gracias me ha aclarado mucho.
Stella Maris
julio 3, 2021 a 5:29 am
Genial!!! Aunque a veces nos cuesta dejar el miedo de lado cuando vemos sus logros se nos llena el corazón!! Gracias!!